Nadie roba mi felicidad.

por chamlaty


Erase una vez un conejo de trapo que vivía en un prado muy, muy feliz. De día cantaba con los pájaros y jugaba con los rayos de sol y, de noche, las estrellas eran las amigas que protegían sus sueños. Le gustaba abrazar y ser abrazado por los árboles y le encantaba que las mariposas le hicieran cosquillas con sus alas. Pero un día, en aquel pacífico lugar, apareció una rana de ojos saltones que le preguntó:

-¿Quién eres tú, animalillo raro?

Y el conejo se quedó muy preocupado. Se preguntaba:

– ¿Quién soy yo?

Y ya no le interesaban ni los pájaros, ni los árboles, ni los rayos del sol. Sólo quería saber quién era pero nadie le contestaba.

Entonces comenzó un largo viaje para ver a qué animal se parecía, pero no encontró ninguno.

– Yo me parezco a alguno de ellos, pensaba, pero no soy como ellos…

Así que decidió sentarse en un lugar tranquilo y quedarse solo con sus pensamientos. Cuando menos lo esperaba se sintió inundado de un gran amor y escuchó una voz en su interior, una fuerza muy grande que le hizo exclamar:

– ¡Ya sé quién soy! Soy parte de esa luz de la pradera. Soy el amor que cada mañana doy y recibo de mis amigos. Soy la alegría que se respira allá donde voy. Soy la caricia que doy a mi amigo el árbol. Soy amor y luz que está experimentando en un cuerpo físico. Soy aquel que tiene que aprender, aprender, ayudar y disfrutar mucho, muchísimo… Soy constructor de mi vida a la que traigo el amor. Soy aquel que es querido y amado incondicionalmente. Soy  haciendo felices a los demás. ¡YO SOY YO!… ¡YO SOY YO!

Y así fue como decidió regresar y buscar a la rana de ojos saltones. Al verla le dijo:

– Ya sé quién soy: ¡YO SOY YO!

Entonces la rana le contestó:

– Bien amigo, veo que descubriste el gran truco de la magia del alma, el gran secreto para llevar una vida que valga la pena ser vivida. Tú compartías con todos una palabra amable, un gesto de amor, una sonrisa, un abrazo… y eras feliz. Pero te faltaba lo más importante: ¡CONOCERTE! No permitas que nada ni nadie te haga dudar de ti mismo.

Y, guiñando un ojo al conejo, le dijo:

– Tú eres tú y yo soy yo. 

 

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