Ben said y la lechuza.

por chamlaty

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Ben said y la lechuza.

Ben Said era un buen zapatero y un musulmán devoto y practicante. Un día, antes del atardecer, entró en la mezquita a orar como era la costumbre.

Sentado en los talones, en un ángulo tranquilo se preparaba a invocar a Allah, cuando sus ojos miraron una lechuza viejita que se estaba encaramando en una altura del muro y parecía ignorar al hombre delante de ella a tan corta distancia. Ben Said la miró un largo rato despertándole curiosidad.

Al día siguiente, a la misma hora, regresó a la mezquita, y el pájaro estaba allá, como encantado en el muro. El tercer día la vio todavía en el mismo lugar: no se había movido.

Cada tarde Ben Said encontraba al pájaro inmóvil abrigado en el mismo sitio. Decidió acercarse y se dio cuenta que el mochuelo era ciego “¡Sh, he aquí! —dijo entre sí Ben Said— he aquí porque la pobre bestia no abandona su escondite. ¡Es ciego!

¿Cómo encontrará su alimento?

Mientras fantaseaba, imaginaba, buscando una respuesta a aquellas interrogantes, llegó un halcón con las alas desplegadas y se abrigó al lado del mochuelo, llevaba en el pico una pequeña serpiente, se puso a desgarrar la carne y le daba al pobre mochuelo. Al ver aquella escena

Ben Said se movió a compasión y empezó a pensar y razonar para sí mismo: ¡Cuán bueno es Dios que se toma curar de un pobre pájaro!

Con su ayuda le impide de perecer miserablemente, pobremente. Y decir que yo pobre Ben Said, tengo que esforzarme para vivir y tengo que trabajar para juntar un caudal o un menudo, cuantos zapatos y más zapatos que remendar.

Más, ¿está mal levantarse tan temprano y trabajar con afán todo el día?, ¿Más no vale la pena vivir con ansiedad permanentemente cuando sería suficiente tener confianza en la bondad de Dios que mantiene esta ave? Tal vez yo, Ben Said, ¿no tengo el mismo valor que un mochuelo a los ojos de Dios?

En fin Ben Said decidió abandonar su oficio.  Desde aquel día abandonó el cuero, los clavos y el martillo, cerro la tienda y se fue a sentar delante de la mezquita. Estaba contento y orgulloso de sí mismo: “Ahora sí que me asemejo al viejo mochuelo”. Y esperaba a que los que pasaran dejaran alguna limosna.

Se quedaba así acurrucado con la mano tendida, cuando pasó un amigo por allá por casualidad, lo miró y al reconocerlo admirado le preguntó:

¿Ben Said, qué sucedió?

Para responderle el zapatero narró toda la historia del viejo mochuelo y del halcón socorredor.

¿No había sido acoso aquello, un llamado del cielo? ¿Un signo de la voluntad de Dios?,

Sin embargo el amigo meneo la cabeza y dijo:

—Querido Ben Said me parece que tú no has entendido nada de lo que Dios te ha querido decir. Si te mostró la escena, no lo hizo para que tú corrieses a comportarte como el mochuelo, sino para que tu imitases al halcón que ayudó a un infortunado y más necesitado que él. Esto solamente te quería enseñar Dios: tú debes ser un amigo caritativo, bondadoso para los hermanos indigentes y debes ser para ellos un socorredor lleno de cariño.

Ben Said que era un poco tardío de mente, aunque honesto y conforme a razón, regresó al trabajo y con empeño para ganar más y lograr ayudar también a los demás, más pobres que él.

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